domingo, 2 de mayo de 2010

Bolados y Merengues

BOLADOS Y MERENGUES
El bolado estuvo muy en boga desde el siglo XVIII hasta los años 60 del siglo XX y como los merengues están en desuso. No me lo explico.

BOLADOS Y MERENGUES LLEVAN LO MISMO PERO SON DIFERENTES, ME GUSTAN POR IGUAL. ACOMPAÑADOS DE UN JÍCARO DE CHOCOLATE CALIENTE EN UNA TARDE FRÍA DE INVIERNO… O COMO NUNCA OLVIDARÉ EN PLENO VERANO EN EL CAFÉ FLORIAN DE VENECIA son la merienda perfecta.


El gran escritor Alejandro Dumas dejó plasmado en su libro; “De París a Cádiz” lo que le parecieron los bolados que tomó en el desayuno a su paso por Tolosa en Octubre de 1846, viajando en diligencia.
Transcribo textualmente la traducción que hizo Pilar Garí Aguilera de la edición española publicada por Silex Ediciones en 1992 del libro de A. Dumas.
“El cafetero extendió el brazo haciendo un gesto como de rey que concede una gracia. "No –dijo–. Muchacho, cinco tazas de chocolate para estos señores." Oímos una especie de suspiro que salía de la habitación contigua. "Ahora les traen el chocolate", nos dijo nuestro intérprete. "¡Ah!", suspiramos todos a la vez. El ventero nos miró con desprecio, encendió el puro y lo saboreó intensamente, como si ese fuese el único tabaco que hubiese fumado en toda su vida.
Cinco minutos después, entró el muchacho con cinco dedales llenos de un líquido espeso y negruzco que parecía un brebaje preparado por alguna bruja de Tesalia. En la misma bandeja había cinco vasos de agua pura y una cesta llena de unos objetos desconocidos para nosotros; eran como panecillos blancos y rosas, de forma alargada, que recordaban a esos utensilios que se meten en las jaulas de los jilgueros para afilarles el pico.
Probamos el chocolate con la punta de los labios temiendo que aquello estuviese… de aquella manera. Pero esta vez nuestro temor se disipó rápidamente. El chocolate era excelente. Desgraciadamente, no había más que para probarlo. "¿Podríamos tomar cinco tazas más?", me atreví a preguntar. "¡Diez!", balbuceó Boulan-ger. "¡Quince!", dijo Maquet . "¡Veinte!", pidió Alexandre. "¡Chitón! –dijo nuestro interlocutor. Deshagan el azucarillo en el vaso y volvamos al coche: usemos, pero no ahusemos". "¿Cómo hay que deshacerlo?", pregunté mientras mis compañeros atraían hacia sí, mediante aspiración, las últimas gotas de chocolate adheridas a las paredes de la taza. "Nada más fácil: ¡fíjense!".
Nuestro salvador tomó el azucarillo por un extremo y mojó el otro en su vaso como se hace con los barqui¬tos en el huevo. El azucarillo se iba deshaciendo a medida que tomaba contacto con el agua y convirtió el agua clara en agua turbia. Probamos esa agua turbia con la misma desconfianza con que habíamos probado el chocolate. El agua turbia era dulce, fresca, perfumada, en una palabra, excelente. Todo era de una calidad superior, lo único que fallaba era la cantidad.”
Fin de lo escrito por Alejandro Dumas.
Bueno tuvo que ser el chocolate y los bolados, ya que Dumas no se distinguió por ensalzar la cocina hispánica a su paso por la Piel de Toro.

RECETA DE MERENGUES

3 claras de huevo

1 taza de azúcar

Unas gotas de limón

Media cucharadita de esencia de vainilla

Una pizca de sal (para que las claras queden más firmes)

Se baten las claras en un recipiente seco con las varillas. A medida que van montando vamos añadiendo el azúcar, y cuando la hayamos agregado toda echamos una pizquita de sal y unas gotas de limón que darán sabor y ayudaran a hacer un merengue más blanquito.

Continuamos batiendo con las varillas hasta que se forman picos duros y somos capaces de dar la vuelta al bol sin que se caiga el contenido.

Llenamos una manga pastelera con una boquilla rizada o lisa, en función de nuestros gustos, y hacemos pequeños montoncitos sobre la placa del horno.

Introducimos la bandeja en el horno durante unos 50 minutos o hasta que vemos que han cogido consistencia y se despegan fácilmente (a mí me gustan doraditos, ya que me recuerdan al sabor del caramelo, pero se pueden dejar blanquitos, y están preciosos y buenísimos).
Sacamos la bandeja del horno, los dejamos enfriar y… encendemos la cafetera.

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