miércoles, 31 de agosto de 2011

DAN FLAVIN: EL MAGO DE LA LUZ…



Parecen banales e insustanciales sus obras, pero los colores inundan las salas donde se exhiben y no hacen falta más obras que ellas para iluminar (EN EL SENTIDO MÁS ARTÍSTICO DE LA PALABRA), con una belleza simple el espacio expositivo donde se exhiben.
Dan Flavin no gozó de mucha fama mientras vivió aunque su gran admirador Giuseppe Panza le ayudó y la fundación Panza es actualmente la mayor poseedora de obras de Flavin en Europa.


Dan Flavin, escultor estadounidense (1933-1996) es uno de los más importantes e influyentes creadores del siglo XX. No recibe una educación artística formal y será hasta 1959 cuando toma gran interés por el arte. En un principio se siente atraído por la pintura, dedicación que abandona en 1963 cuando comienza a trabajar con tubos fluorescentes; crea entonces entornos estáticos mediante la utilización de éstos combinados con luces de neón. Se trata de composiciones simples que evitan cualquier efecto complicado y que acentúan las cualidades energéticas, coloristas y vibratorias de los tubos, otorgando especial importancia a la luz diagonal. El cromatismo de su obra le permite confeccionar atmósferas de gran misticismo y que transmiten sus inquietudes religiosas. Figura clave del minimal art junto con Donald Judd, Carl Andre. Flavin utilizó materiales industriales inalterados y desnudos que ponía al servicio de los principios de la abstracción como la repetición seriada y la relación directa del objeto artístico con el espectador y con el espacio circundante, definiendo características del minimal art. El planteamiento de Dan Flavin implica un acto de reconocimiento del papel que los materiales tecnológicos cotidianos pueden desempeñar en el terreno del arte y, por consiguiente, una puesta en cuestión de todas las leyendas acumuladas sobre el creacionismo artístico. Sobre su diagonal escribió: “No dejaba mucho espacio al saber hacer artístico”. Más que un hacer, para él el arte era un pensar, y así lo manifestó explícitamente: “Me gusta más el arte como pensamiento que como trabajo. Lo he afirmado siempre. (…) Es una proclamación: el arte es pensar”.

El eje de su trabajo se sitúa en dos de los componentes fundamentales de la tradición artística: la luz y el color, eso sí, la luz y los colores de nuestro tiempo, producidos por objetos de fabricación industrial. El interés de Flavin apuntaba a restaurar un equilibrio entre la luz como imagen y la luz como objeto: “No se puede considerar la luz como un fenómeno objetivo, pero es sin embargo así como yo la contemplo”. Sus obras, inscritas en una línea que va de la tradición de la arquitectura, la pintura y la escultura, “a las acciones de luz eléctrica que definen el espacio”, pretenden actuar como “estructuras mentales simples”. Propuestas, en definitiva, que revitalizan el carácter mental y espiritual del arte en la época histórica del dominio global de la tecnología, precisamente a través de ella...

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