miércoles, 30 de junio de 2010

OTRA ARTISTA DIGNA DE MENCIÓN


Elisabeth Louise Vigée Le Brun (1755-1842), hija del pintor Louis Vigée y Jeanne Maissin, nace ocho meses después que Luís XVI, rey de Francia, hijo del delfín Luís Fernando. La obra de esta artista esta ligada a la vida de este rey y su corte. Así como la obra de su padre, estuvo ligada a la corte de Luís XV. Elisabeth Louise contaba con el favor de la reina María Antonieta, siendo su confidente. En 1783, la reina intercedió para obligar a los miembros de la Académie Royale a que aceptaran a Elisabeth Louise ya que se negaban a recibir mujeres como miembros de su academia. Solo los miembros de la Académie eran autorizados a pintar. Sus pinturas aparecen en algunos de los grandes y pequeños museos de arte de todo el mundo. Vigée Le Brun conoció y pintó figuras prominentes de Europa y Rusia, aproximadamente entre 1770 y 1835. Como monárquica, Vigée Le Brun huyó de Francia a principios de la revolución. Mujer que al vivir la mitad de su vida en las cortes del “Ancien Régime” y la otra mitad en un exilio dorado, nunca dejó de añorar ese pasado majestuoso y extravagante. Al volver a su tierra se encontró con la monarquía restaurada pero con una aristocracia austera, temerosa y restringida. Vivió en el exilio durante 12 años viajando por Europa mientras incrementaba su fama y su fortuna. Durante sus viajes, llegó a ser miembro de las Academias de Florencia, Roma, Bolonia, Sant Petersburgo y Berlin. Vigée Le Brun fue una de las retratistas de su tiempo que más encargos recibió. Realizó más de 900 pinturas 700 de ellos retratos, 30 de los cuales son de su amiga María Antonieta. Curioso es que también le sacó partido a su belleza, realizando una gran cantidad de autorretratos, siendo el que he puesto uno de los más bellos (para mí gusto).
En fin, en mi opinión los retratos de Vigée Lebrun son realmente cautivadores. La mayor virtud de esta retratista es mostrar lo que quieren que veamos sus modelos. Utilizando una gran técnica se puede apreciar los finos pliegues de las ricas vestiduras, como si las telas tuvieran vida propia. También sabe reflejar lo refinado, extravagante y sensual del estilo Rococó en el cual todos estaban inmersos y querían plasmar a la perfección. Valoro también la exquisitez de las poses y las actitudes pues fueron siempre diferentes y bien adaptadas al personaje retratado.

… En su lapida se lee: “Aquí, al fin, descanso”.

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